El futuro siempre ha despertado la curiosidad de la humanidad. Nos atrae poderosamente hablar del futuro, pensar en cómo serán las cosas dentro de unos años, qué problemas y oportunidades surgirán y qué nuevas sorpresas nos deparará la vida. No obstante, el futuro se construye en el presente y sus ladrillos, suelen venir de las enseñanzas del pasado. El pasado, la historia, incluso la prehistoria, nos suele servir de laboratorio de aprendizaje.
Esto es lo que científicos hacen para aprender y así construir el futuro con los descubrimientos que se hacen en los laboratorios y las universidades. El pasado sirve de reflexión para innovar en el presente y hacer un futuro mejor.
Una de las preguntas sobre el pasado que aún nos persigue es cómo nos hicimos humanos. Los biólogos y antropólogos han planteado numerosas respuestas a esta cuestión. Los argumentos han sido muy diversos y relacionados con el tamaño y funcionamiento de nuestro cerebro: la capacidad artística y metafórica, que permitía desarrollar nuevas conexiones neuronales; la capacidad de hablar, el lenguaje complejo y desarrollado; la posición bípeda, más eficaz en el gasto energético; la habilidad para fabricar herramientas, que añadía eficacia a las tareas diarias.
Ahora se ha descubierto que es mentira. El tamaño no importa. El tamaño del cerebro no condiciona exclusivamente nuestra condición humana. Los Neardentales lo tenían mayor. Ni tampoco eran las metáforas que los artistas hacían con sus pinturas. Incluso el lenguaje se está viendo como una consecuencia de nuestra condición humana y no como su causa.
Richad Wrangham, profesor de biología y antropología de la Universidad de Harvard es la persona que ha puesto el dedo en la llaga afirmado que la cocina fue lo que aumentó el tamaño de nuestro cerebro. Aunque a muchos paleontólogos les cueste creerlo, asegura que fue la cocina lo que nos hizo humanos y nos impulsó a emprender nuevos caminos, a desarrollar nuestra condición de animales sociales, a innovar y emprender.
La cocina permite comer más alimentos sin gran esfuerzo metabólico y sin necesidad de grandes almacenes para conservar el pienso. El rendimiento digestivo se mejora con los alimentos cocinados, permite reducir el tamaño del estómago para obtener la energía que los seres vivos necesitan y destinar más al cerebro. La vaca necesita un estómago mucho mayor que el nuestro para obtener el mismo rendimiento energético. La vaca, obviamente, no sabe cocinar.
Wrangham asegura que nuestros dientes se volvieron más pequeños que los de nuestros antepasados hace 1,9 millones de años, con el Homo Erectus, la primera especie que cocinó alimentos. Fuimos los primeros animales a los que la comida cruda no les sentaba muy bien y por ello comenzamos a cocinar. Aprendimos a cocinar y todo cambió.
El hecho de cocinar, de tener que esperar que los alimentos se cuezan, originó un pacto social: la división del trabajo, unos cazaban y otros cocinaban. Pero, además, se comenzó a respetar la propiedad de lo cocinado, a ser más sociables (antes éramos mucho más violentos) y a controlar mejor nuestros instintos con inteligencia.
Al cocinar las personas comenzaron a entender de que iba el reto de la supervivencia. Tenían que esperar. A comprender que aplazando la satisfacción inmediata del hambre se podía producir un rendimiento superior más tarde. Que los alimentos cocinados eran más eficaces energéticamente e incluso producían más satisfacciones.
La cocina se convirtió en una escuela de aprendizaje social. Cocinar permitió mantener a más hijos y hacernos sedentarios. Fue una escuela de emprendimiento. Una tarea que se sustentaba en descubrir oportunidades, organizar los recursos pertinentes para alcanzar el objetivo planteado, y ponerse manos a la obra, o a la olla. Una tarea que concernía a la tribu. Cocinar fue parte de la acción social que logró la supervivencia de los humanos. Aprendimos a emprender con la cocina. Hoy, por qué no, la cocina nos puede seguir enseñando a emprender. El próximo miércoles tenemos ocasión de hacerlo con la conferencia de Ángel León en Presencias Empresariales de la UCA.
José Ruiz Navarro
Director de la Cátedra de Emprendedores de la Universidad de Cádiz